Gustavo y Carla tenían ratones en su garaje. Querían comprar un producto rodenticida (un pesticida que mata los roedores), pero les preocupaba usarlo por su niña Susana de 3 años de edad. Por esa razón, Carla y Gustavo compraron un producto que tenía pellets (gránulos o bolitas) de color verde brillante que se colocan dentro de unos paquetes o envases. Gustavo estratégicamente colocó los paquetes detrás de unas cajas cerca de la pared del garaje, para que Susana no las pudiera ver.
Una semana más tarde, Carla y Susana regresaron a casa después de ir de compras. Mientras Carla descargaba las bolsas de las compras del coche, Susana caminó por el garaje hacia la casa. En el camino, vio unas bolitas de color verde brillante en el suelo. Tomó algunos gránulos y comenzó a jugar con ellos.
Cuando Carla terminó de descargar las cosas del coche buscó a Susana. Para su sorpresa, la encontró sentada en el suelo jugando con los gránulos de color verde. Carla inmediatamente se los quitó de las manos y le preguntó si se los había puesto en la boca. Susana no respondió y empezó a llorar. Carla se dio cuenta que los gránulos eran el rodenticida que ella y su esposo habían adquirido recientemente. Rápidamente buscó la caja original del rodenticida y encontró el número telefónico del NPIC en la etiqueta. Carla llamó a NPIC para averiguar si el rodenticida le causaría efectos dañinos a Susana.
Según la Asociación Americana de Centros de Control de Envenenamientos (AAPCC por sus siglas en inglés), en el 2007 se registraron más de 90,200 casos de personas expuestas a rodenticidas de los cuales más de 43,400 involucraron a niños menores de seis años.