Lorenzo tenía un pequeño rancho de caballos cerca a su casa, la cual estaba ubicada en las afueras de la ciudad. Los caballos eran alojados en un establo con un espacioso cuarto de arreo o almacén para la guarnicionería o talabartería, donde también guardaba los alimentos, medicamentos, monturas y plaguicidas. Un día trajo a casa un cubo de cebo para ratas y ratones. Solamente usó cinco cebos ese día, dejando el cubo casi lleno. Dejó el cubo en el almacén y lo cerró con el simple pestillo que mantenía los caballos separados del cuarto.
A la mañana siguiente entró en las caballerizas y encontró a dos de sus caballos con signos de dolor y cólicos abdominales. También notó que estaban jadeando y luchaban por mantenerse en pie. Lorenzo se dio cuenta que la puerta del almacén estaba abierta y que varias botellas de medicina se encontraban regadas y aplastadas por el piso. Entonces advirtió que había dejado destapado el cubo de cebo para ratas y ratones.
Lorenzo llamó a su veterinario. Mientras el veterinario estaba en camino, también marcó el número de emergencia que figuraba en el recipiente del cebo para ratas y ratones, contactando al NPIC.